Gracias al aporte y la autorización del autor,
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BOGOTÁ.
D.C. OCTUBRE 03 DE 2016
Por: Edgar Toro Sánchez
Sociólogo. Universidad
Nacional.
Investigador del liderazgo de Rafael Uribe Uribe.
E-mail: edgartoro20@hotmail.com
Investigador del liderazgo de Rafael Uribe Uribe.
E-mail: edgartoro20@hotmail.com
La
paz, el gobierno, la guerra, los actores, la nación, la barbarie, el progreso,
el tiempo, los intereses, los partidos, ...
Dado
el contexto nacional de la pérdida del SÍ por la paz, por la mayoría estrecha
del NO, se hace necesario conocer cómo reflexionaba uno de los líderes
nacionales como Rafael Uribe Uribe sobre el problema a comienzos del siglo XX y
aprender a no repetir la historia con desenlaces de guerras al renunciar Reyes
y dejar el poder para no volver a una guerra civil, como lo proponían algunos
grupos políticos liderados por Carlos E Restrepo que combatió a los liberales
en armas en el sur de Bolívar, y no era ajeno a querer repetir por el poder la
recién pasada guerra de los Mil Días.
"POR LA PAZ”
RAFAEL URIBE URIBE
EL LIBERAL. BOGOTÁ. ABRIL 20 DE 1911
El pueblo colombiano está dando pruebas de una
cordura tan grande, que verdaderamente es para sorprender a quienes conozcan la
historia de sus pasados extravíos. ¿Pues no se le vio indiferente al
llamamiento de la revolución de Barranquilla, el año antepasado?
Con la base de un motín de cuartel y de la
posesión de las aduanas y de los buques del rio, en otro tiempo habrían acudido
soldados a millares, pero en esa ocasión la inmoral tentativa careció de
sequito, aunque más tarde recibiera sanción oficial, no solo en forma de
impunidad sino de galardones, para que no fallara la regla de que los primeros
y principales promotores de desórdenes en Colombia han sido siempre los
gobiernos.
Posteriormente en ocasiones y lugares diversos
ha desdeñado el pueblo invitaciones análogas para la rebelión. Todo lo que
podemos hacer quienes no tenemos autoridad para dar consejos, sino apenas
derecho a expresar deseos, es formular sinceros votos para que el pueblo
persevere en ese tipo de conducta.
Ante todo, se impone la conservación de la paz.
Comenzando apenas a explotar nuestros ingentes recursos naturales, la Nación
puede sin embargo, considerarse ya como rica, teniendo paz, que es por si sola
el más preciosos de los bienes. Con la paz estable y duradera, los problemas
económicos irán resolviéndose por sí mismos.
A medida que se vaya pudiendo trabajar más y que
el fruto del trabajo vaya acreciendo la holgura particular y el capital
público, las relaciones comerciales se desarrollaran; cada día la industria
formará vínculos más y más fuertes; y cuando los diferentes intereses generales
estén ligados en un solo haz, habrá desaparecido todo riesgo de perturbación,
porque el país se habrá convencido de que el mejor de todos los negocios es la
paz, así como ya sabía, por larga y dolorosa experiencia, que no hay triunfo
que compense los males de la guerra civil.
En efecto, la paz liga, la paz consolida, la paz
es reproductora. Su prolongación indefinida crea y extiende la solidaridad
entre los ciudadanos y entre las secciones, de manera que a menor amenaza de
perturbación llega a ser mirada como igualmente perjudicial para todos; y
entonces todos evitan con el mayor cuidado cuanto pueda alterar las provechosas
conexiones establecidas cuya adquisición va ya tan adelantada entre nosotros.
Que esta paz de que hoy gozamos no procede de
impotencia, ni de cansancio, ni de indiferencia, ni de miedo, lo saben quienes
conocen los altos predicados de brío, altivez y generosidad inagotables del
genio nacional. No habría fuerza, coacción o comprensión bastantes para
impedirles a los colombianos lanzarse otra vez a la lucha, si de nuevo un
viento de locura los arrebatara.
La paz actual es el pueblo quien la da, no el
gobierno quien la impone. Es, sobre inexacto, absurdo el letrero mandado poner
por uno de los gobiernos conservadores pasados y que los siguientes no han
mandado quitar, en una de las torres de hierro por donde el alambre telegráfico
cruza el Magdalena, debajo de Magangué:
La paz por la razón o la fuerza.
No, la paz es aquí producto de una convicción y
si para restablecerla fuere menester emplear la fuerza, sería porque la paz ya
estaría alterada. Debe causar bochorno a los colombianos que a los extranjeros
que navegan nuestro gran río lean esa humillante y desacreditadora
admonición, que les hará pensar que el orden reinante en nuestro país es
impuesto por las bayonetas, y que si al pueblo lo dejaran hacer su voluntad,
incontinenti si lanzaría en la revuelta.
Hay voluntad, hay
conciencia
y hay deliberación en este admirable modo de conducirse el pueblo
colombiano, y es indudable que, persistiendo en esa vía, alcanzara pronto la
condigna recompensa, en frutos de libertad y de prosperidad. La paz como
resultado de una victoria del país sobre si mismo, es la más segura prenda de
un futuro mejor.
Desde luego, no todos, los colombianos quieren
por igual la paz. En realidad, hay una porción considerable del partido
conservador, o por lo menos de su clase dirigente, que puede, quiere ya quien
le conviene perturbarla.
Puede porque tiene armas; quiere, porque su
índole lo inclina a las soluciones violentas; le conviene porque la guerra es
la única manera de retener los restos de una hegemonía que la opinión pública
está arrebatando a toda prisa.
Si no se lanza en la rebelión o en la aventura
de un golpe de Estado, no es por falta de deseo sino por la actitud definida
del liberalismo en defensa del orden. La más fuerte columna sobre que éste descansa
es, pues, el partido liberal, quien por eso solo merece bien la patria.
Ha comprendido, de otro lado, que con la paz
adelanta mejor su causa que con la lucha armada, y que si es cierta la máxima
militar: hacer lo contrario de lo que el enemigo desea, debe darle con la paz
en la cara a sus adversarios anhelantes de la guerra, porque ella les
facilitaría un regreso cómodo a los tiempos de la persecución aguda.
Cuando se proclama la paz a todo trance, no se
exhibe cobardía inveterada, de que nadie puede acusar a este pueblo valiente,
ni es que se consienta en sacrificar la dignidad al reposo considerándolos como
incompatibles.
Solo es manifestar firme confianza en las
virtudes curativas intrínsecas que tiene el curso de los sucesos cuando se les
deja desenvolverse normalmente; y es mostrarse dispuesto a hacer concesiones y
aun renunciaciones o aplazamientos en interés del porvenir, que habíamos venido
invariablemente sacrificado en aras del presente.
Si es cierto que las naciones civilizadas son
las ideas de paz las que predominan, debemos reconocer con pesar que hemos sido
hasta hace poco un país semibarbaro, ya que la paz solo ha existido entre
nosotros como un estado excepcional y efímero; y debemos confesar que solo
ahora que el sentimiento pacifico es voluntario y sólido, es cuando podemos
aspirar a llamarnos verdaderamente civilizados.
Es menester observar, sin embargo, que en
Colombia se entiende de ordinario por la paz la simple falta de choques
armados. En realidad, ya es mucho esta tregua de varios años en una nación tan
desangrada y empobrecida por la frecuencia de las revueltas intestinas.
Pero eso solo es gozar a medias los beneficios
de la paz. Esta debe ser algo más que la ausencia material de combates: debe
consistir en la calma de los espíritus; debe reposar en una especial
disposición de las conciencias; debe traer la inteligencia entre adversarios
políticos, por el sacrificio de los rencores recíprocos; debe producir la
aproximación de los que piensan y sienten como patriotas, sea cual fuere su
filiación partidaria, para ejercer alguna acción conjunta en favor del
procomún; y debe implicar el mantenimiento del orden establecido por las leyes,
a fin de aumentar gradualmente, por los medios que ellas mismas ofrecen , la
seguridad y la libertad de los ciudadanos. Mas esta disposición de los ánimos
pertenece a un grado de civilización y de moralidad que por desgracia todavía
no hemos alcanzado en Colombia.
Basta
saber que la única base de ese estado superior de paz es la tolerancia, y hay
que convenir en que apenas si hay entre nosotros vestigios de esta virtud, la
primera en las repúblicas.
El Liberal cree sinceramente que nuestra
sociedad es perfectible; que las preocupaciones que nos han hecho infelices
pueden ser reemplazadas por opiniones sanas, y que somos capaces de domar la
brutalidad de que hemos dado tantas deplorables muestras, para seguir el
impulso de mejores instintos e inspiraciones.
Cuando renunciemos, una vez por todas, a la idea
de recurrir a la fuerza para remediar cualquier clase de males; cuando
adquiramos la costumbre de deferir la defensa de nuestros derechos a las
decisiones jurídicas; o, en último caso, cuando encomendemos la solución de las
diferencias que puedan surgir entre el pueblo y el gobierno o entre diversos
partidos, al prestigio virtual de la razón y la justicia, en periodos de espera
que pueden parecer largos a nuestra habitual impaciencia, pero que resultan
cortos en la vida de una nación, entonces Colombia se habrá adueñado
definitivamente de sus propios destinos.
Nos ha faltado fe en el Tiempo. Dice un
proverbio árabe que "la mayor de las maravillas del Creador y donde más
mostró su omnisapiencia fue en haber puesto un día tras otro", de manera
que el ayer suceda el hoy, y que el hoy el mañana, en serie indefinida, y lo
que un día no nos trajo, podamos esperarlo del siguiente.
El secreto de nuestros pasados desastres estriba
en que siempre quisimos atropellar el Tiempo. De quienes tal hacen, él se venga
negándoles lo que desean, o no otorgándolo sino más tarde de lo que de buen
grado hubiera sucedido. El Tiempo solo es amigo fiel de los que en él depositan
plena confianza."
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Referencias
- Edgar Toro Sánchez. El Liderazgo de Rafael Uribe
Uribe y la modernización de la Nación y el Estado. Fedecafe. Bogotá. Agosto de
2008. 265 PP.
- Julián Uribe Uribe. Las Memorias-Prologo y
notas Edgar Toro Sánchez. Banco de la Republica 1994. Bogotá.622 PP.
Alguna reflexiones de uno de los actores
fundamentales alrededor de la guerra civil de los Mil Dias (1899-1902) y la paz
como proyecto de vida para una nación pastoril que empezaba el siglo XX, con la
crisis política que generó la perdida de Panamá.
La posterior elección de Rafael Reyes que
desembocó en una Asamblea Nacional con facultades como dictador al clausurar el
Congreso y la huida a Europa para evitar una nueva guerra civil, y la
destrucción del país, liderada por Carlos E Restrepo de Antioquia quien
combatió en armas a Rafael Uribe Uribe en el sur de Bolívar, que para su
elección utilizó los mismos mecanismos de la Asamblea que le critico como
dictador a Reyes.
Rafael Uribe Uribe y la cuestionada paz en
Colombia
"La paz actual es el pueblo quien la da, no
el gobierno quien la impone. Es, sobre inexacto, absurdo el letrero mandado
poner por uno de los gobiernos conservadores pasados y que los siguientes no
han mandado quitar, en una de las torres de hierro por donde el alambre
telegráfico cruza el Magdalena, debajo de Magangué:
"Desde luego, no todos, los colombianos quieren por igual la paz. En realidad, hay una porción considerable del partido conservador, o por lo menos de su clase dirigente, que puede, quiere ya quien le conviene perturbarla."
La paz por la razón o la fuerza.
"Desde luego, no todos, los colombianos quieren por igual la paz. En realidad, hay una porción considerable del partido conservador, o por lo menos de su clase dirigente, que puede, quiere ya quien le conviene perturbarla."
"Es menester observar, sin embargo, que en
Colombia se entiende de ordinario por la paz la simple falta de choques
armados. En realidad, ya es mucho esta tregua de varios años en una nación tan
desangrada y empobrecida por la frecuencia de las revueltas intestinas."
"Si es cierto que las naciones civilizadas
son las ideas de paz las que predominan, debemos reconocer con pesar que hemos
sido hasta hace poco un país semibarbaro, ya que la paz solo ha existido entre
nosotros como un estado excepcional y efímero; y debemos confesar que solo
ahora que el sentimiento pacifico es voluntario y sólido, es cuando podemos
aspirar a llamarnos verdaderamente civilizados."
Homenaje a Rafael Uribe Uribe el 15 de Octubre de 1915, quien fue
asesinado al pie del Capitolio Nacional, después de la defensa incondicional de
la reconciliación y la paz.
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